Felicidad, vergüenza y elecciones

Miércoles, 19 de noviembre de 2003

Vengo del programa. Son la dos y media de la madrugada. Creo que hemos hecho un programazo. Buen guión, buenos actores, buena música, buen público… He felicitado a todo el equipo y así lo he dicho durante «la venda». Soy un privilegiado. Hacemos lo que queremos y atravesamos una auténtica historia de amor con el público. Lo noto. No reconocerlo es ser un amargado y ya que este trabajo lleva la presión que lleva, será bueno que nos felicitemos cuando las cosas van bien (si esperamos a que lo hagan otros…). No sé la audiencia y, francamente, no me importa.

Y, mientras, ¿qué pasa en el mundo? Pues que los de las revistas del corazón me han pillado por la calle y lo han publicado. Fotos robadas, lo llaman ellos. Que asco de oficio y de gremio. Un negocio basado en machacar la intimidad de los otros. Acojonante. Y no vayas a buscar nada a los tribunales, porque la has cagado. La ley ampara a los periodistas de la carroña que llenándose la boca con la libertad de prensa, continuarán adelante por encima de la dignidad de quien haga falta.

Elecciones. Lo hemos dicho en el programa. Ya se ha consolidado la positivación del fracaso. Nadie pierde, todos ganan. Siempre hay un modo, aunque sea surrealista, de justificar una ostia. ¿Queréis decir que se creen lo que dicen? Los políticos, durante la noche electoral, parecen actores de culebrón siguiendo el papel que les han escrito, olvidándose que los mismos que les han votado los están viendo por la tele. El ridículo debería pagar impuestos. Con una noche, tendríamos suficiente para todo el año.